Las nuevas tecnologías y las redes sociales, como muchas otras cosas en la vida, tienen sus luces y sus sombras, sus riesgos y sus oportunidades. No seré yo quien haga la ola a esa gente que pasa una velada con amigos pendiente del potencial nuevo whatasapp que pueda llegar a su móvil, me preocupa esa gente (que cada vez veo con más frecuencia) que cruza la calle sin mirar con los auriculares puestos y embebido en la pantalla del smartphone, y ya me he cruzado con más de una tribu de cazadores de Pokemon que me han obligado a esquivarles in extremis con la bici.
Sin embargo, el otro día, al publicar una entrada en Facebook pensé en las potencialidades que tiene para la educación emocional del publico en general esa nueva opción que han puesto hace unos meses con la que, después de escribir tu más o menos trascendente texto, puedes añadir un "me siento...". No es que sea yo muy partidaria del exhibicionismo de lo íntimo, pero creo que, de una forma u otra, los que usamos esa opción estamos practicando un poco de gimnasia emocional. Y es que, cuando tocas al botoncito ese del "me siento" se despliega un menú de posibles estados emocionales para elegir tan amplio que cuesta decidirse.
Y es ese momento, el de tener que elegir uno u otro, el que vale su peso en oro, porque obliga a hacer unas cuantas abdominales emocionales al invitarnos a bucear en la flamante producción de sentimientos y emociones de nuestro sistema límbico para decidirnos por una más precisa que otra, y hacerla de esta forma accesible a nuestra corteza cerebral. Y abdominal a abdominal es como se consigue "la tableta de chocolate".
Este pequeño ejercicio cotidiano de preguntarnos "¿Cómo me siento ahora?" (ya sea con este detalle tonto del Facebook, al repasar el día antes de dormir o en el camino de vuelta del trabajo) es bastante saludable para desarrollar la conciencia de lo que sucede en nuestro mundo interior. No por capricho ni egocentrismo, sino porque, como ya os conté en otro post, las emociones son información en estado puro, son un verdadero mapa con el que movernos por la vida, ya que nos informan de cómo nos afecta lo que nos sucede y de cuáles son nuestras necesidades más profundas, lo que en realidad queremos y no queremos. Por supuesto no se trata de hacer caso ciego a nuestras emociones (de ahí ha sacado el cine mucho crimen pasional que contar), sino de ser conscientes de lo que se cuece por ahí dentro, para después actuar como mejor nos parezca, dejando que la corteza prefrontal armonice y diga también lo que tenga que decir al respecto, encontrando por fin ese saludable equilibrio aristotélico. De hecho, era Aristóteles quien dijo aquello de que "enfadarse es muy sencillo; pero enfadarse con la persona adecuada, en el momento preciso y en la medida justa ya es más complicado". Se estaba refiriendo ya hace siglos a lo que hoy llamamos regulación emocional, una de las habilidades esenciales de la inteligencia emocional.
Pero, volviendo a los dominios del sistema límbico (las emociones), mucho más allá de las opciones que nos da para elegir el Facebook, nuestro sistema emocional es algo bastante complejo. Así, en aquel post, os hablaba de las emociones primarias adaptativas (aquellas que venían de un modo rápido, nos daban una información valiosa sobre cómo nos afectaba algo que nos estaba sucediendo y se disolvían también con bastante rapidez una vez cumplida su misión). Pero, según Greenberg (para mí el pope actual de las emociones), hay más tipos de emociones. Quería yo detenerme hoy un poco en hablar de las emociones secundarias. Ser capaz de distinguir si una emoción es primaria o secundaria es como subirle un punto de resistencia a la bici de spinning del gimnasio, así que requiere un poco más de entrenamiento. Pero nada no accesible al común de los mortales con un mínimo de capacidad de introspección. Ahí vamos.
Una emoción secundaria no es más que una emoción acerca de otra emoción. Así, podemos sentir vergüenza de que algo nos alegre (por ejemplo, sentir vergüenza por alegrarnos del mal de alguien), enfadarnos porque algo nos pone triste (por ejemplo, que un amigo consiga algo bueno para su futuro, pero que le/la aleja de nosotros) o sentir miedo a amar a alguien. Es como si hubiera dos "capas" emocionales diferentes. Y es importante distinguirlas, porque a lo mejor nuestro comportamiento y nuestra sensación es de enfado, por ejemplo, en el caso del amigo que se va lejos, y la gente de alrededor nos dice que estamos inaguantables últimamente. Y hasta que no vayamos un pasito más profundo en nuestras emociones y no lleguemos a ser conscientes de lo que en realidad subyace al enfado, que es la tristeza por la separación, ni el enfado va a pasar ni vamos a poder trabajar la pérdida que significa la marcha de esa persona importante. O sea, identificar cuál es la emoción primaria y cuál la secundaria es vital, porque sobre la que hay que trabajar, la que es nuclear y tiene la información más útil sobre lo que nos pasa a un nivel más profundo es la primaria; y dar con ella es la llave para entendernos, aceptarnos y tomar las decisiones más congruentes con nosotros mismos. En nuestro caso, si me dejo llevar por el enfado, a lo mejor decido no ver ni hablar a nadie (incluido mi amigo) o pagar con quien esté cerca mi mal humor. Si me hago consciente de que lo que tengo en el fondo es tristeza quizás pueda llorar lo que necesite llorar, despedirme de mi amigo/a como es debido y buscar la mejor forma de seguir en contacto con él/ella en el futuro si así lo quiero. Así que esto de las emociones es un ejercicio de buceo en muchos casos, de llegar más profundo y aprender a distinguir piedras de corales.
Sea buceo emocional, spinning límbico o tabla de abdominales facebookianas, no desperdiciemos ninguna oportunidad de entrenar nuestro sistema emocional. El oro olímpico de nuestra vida está en juego... y aquí no hay dopping que valga.
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