lunes, 15 de agosto de 2016

Olimpiada emocional

Las nuevas tecnologías y las redes sociales, como muchas otras cosas en la vida, tienen sus luces y sus sombras, sus riesgos y sus oportunidades. No seré yo quien haga la ola a esa gente que pasa una velada con amigos pendiente del potencial nuevo whatasapp que pueda llegar a su móvil, me preocupa esa gente (que cada vez veo con más frecuencia) que cruza la calle sin mirar con los auriculares puestos y embebido en la pantalla del smartphone, y ya me he cruzado con más de una tribu de cazadores de Pokemon que me han obligado a esquivarles in extremis con la bici. 

Sin embargo, el otro día, al publicar una entrada en Facebook pensé en las potencialidades que tiene para la educación emocional del publico en general esa nueva opción que han puesto hace unos meses con la que, después de escribir tu más o menos trascendente texto, puedes añadir un "me siento...". No es que sea yo muy partidaria del exhibicionismo de lo íntimo, pero creo que, de una forma u otra, los que usamos esa opción estamos practicando un poco de gimnasia emocional. Y es que, cuando tocas al botoncito ese del "me siento" se despliega un menú de posibles estados emocionales para elegir tan amplio que cuesta decidirse. 





Y es ese momento, el de tener que elegir uno u otro, el que vale su peso en oro, porque obliga a hacer unas cuantas abdominales emocionales al invitarnos a bucear en la flamante producción de sentimientos y emociones de nuestro sistema límbico para decidirnos por una más precisa que otra, y hacerla de esta forma accesible a nuestra corteza cerebral. Y abdominal a abdominal es como se consigue "la tableta de chocolate".

Este pequeño ejercicio cotidiano de preguntarnos "¿Cómo me siento ahora?" (ya sea con este detalle tonto del Facebook, al repasar el día antes de dormir o en el camino de vuelta del trabajo) es bastante saludable para desarrollar la conciencia de lo que sucede en nuestro mundo interior. No por capricho ni egocentrismo, sino porque, como ya os conté en otro post, las emociones son información en estado puro, son un verdadero mapa con el que movernos por la vida, ya que nos informan de cómo nos afecta lo que nos sucede y de cuáles son nuestras necesidades más profundas, lo que en realidad queremos y no queremos. Por supuesto no se trata de hacer caso ciego a nuestras emociones (de ahí ha sacado el cine mucho crimen pasional que contar), sino de ser conscientes de lo que se cuece por ahí dentro, para después actuar como mejor nos parezca, dejando que la corteza prefrontal armonice y diga también lo que tenga que decir al respecto, encontrando por fin ese saludable equilibrio aristotélico. De hecho, era Aristóteles quien dijo aquello de que "enfadarse es muy sencillo; pero enfadarse con la persona adecuada, en el momento preciso y en la medida justa ya es más complicado". Se estaba refiriendo ya hace siglos a lo que hoy llamamos regulación emocional, una de las habilidades esenciales de la inteligencia emocional.

Pero, volviendo a los dominios del sistema límbico (las emociones), mucho más allá de las opciones que nos da para elegir el Facebook, nuestro sistema emocional es algo bastante complejo. Así, en aquel post, os hablaba de las emociones primarias adaptativas (aquellas que venían de un modo rápido, nos daban una información valiosa sobre cómo nos afectaba algo que nos estaba sucediendo y se disolvían también con bastante rapidez una vez cumplida su misión). Pero, según Greenberg (para mí el pope actual de las emociones), hay más tipos de emociones. Quería yo detenerme hoy un poco en hablar de las emociones secundarias. Ser capaz de distinguir si una emoción es primaria o secundaria es como subirle un punto de resistencia a la bici de spinning del gimnasio, así que requiere un poco más de entrenamiento. Pero nada no accesible al común de los mortales con un mínimo de capacidad de introspección. Ahí vamos.

Una emoción secundaria no es más que una emoción acerca de otra emoción. Así, podemos sentir vergüenza de que algo nos alegre (por ejemplo, sentir vergüenza por alegrarnos del mal de alguien), enfadarnos porque algo nos pone triste (por ejemplo, que un amigo consiga algo bueno para su futuro, pero que le/la aleja de nosotros) o sentir miedo a amar a alguien. Es como si hubiera dos "capas" emocionales diferentes. Y es importante distinguirlas, porque a lo mejor nuestro comportamiento y nuestra sensación es de enfado, por ejemplo, en el caso del amigo que se va lejos, y la gente de alrededor nos dice que estamos inaguantables últimamente. Y hasta que no vayamos un pasito más profundo en nuestras emociones y no lleguemos a ser conscientes de lo que en realidad subyace al enfado, que es la tristeza por la separación, ni el enfado va a pasar ni vamos a poder trabajar la pérdida que significa la marcha de esa persona importante. O sea, identificar cuál es la emoción primaria y cuál la secundaria es vital, porque sobre la que hay que trabajar, la que es nuclear y tiene la información más útil sobre lo que nos pasa a un nivel más profundo es la primaria; y dar con ella es la llave para entendernos, aceptarnos y tomar las decisiones más congruentes con nosotros mismos. En nuestro caso, si me dejo llevar por el enfado, a lo mejor decido no ver ni hablar a nadie (incluido mi amigo) o pagar con quien esté cerca mi mal humor. Si me hago consciente de que lo que tengo en el fondo es tristeza quizás pueda llorar lo que necesite llorar, despedirme de mi amigo/a como es debido y buscar la mejor forma de seguir en contacto con él/ella en el futuro si así lo quiero. Así que esto de las emociones es un ejercicio de buceo en muchos casos, de llegar más profundo y aprender a distinguir piedras de corales. 





Sea buceo emocional,  spinning límbico o tabla de abdominales facebookianas, no desperdiciemos ninguna oportunidad de entrenar nuestro sistema emocional. El oro olímpico de nuestra vida está en juego... y aquí no hay dopping que valga.

sábado, 19 de marzo de 2016

Alguien que quiere vivir

Mira estas fotografías. Te diré que pertenecen a un reportaje de un fotógrafo de prestigio.

                 

Te pido ahora que intentes imaginar cuál puede ser el tema del reportaje.

Hace pocos días alguien me comentó sobre un fotógrafo que estaba apoyando una campaña para ayudar a las personas sin hogar en alguna ciudad de Estados Unidos. Su aportación al proyecto era hacer lo que mejor sabe hacer: fotografiarles; y, de esta forma, ponerle rostro al problema, acercarlo más a la gente. Ese fotógrafo se llama Martin Schoeller, y éstas son algunas de las fotografías de las personas sin hogar que hizo para la campaña. ¿Lo hubieras imaginado? Eso fue lo que más sorprendió a la persona que me habló del reportaje: "Si no lo sabes, no puedes imaginar que estas personas son indigentes. Los retratos están hechos de tal forma que dignifican a la persona".

Mientras reflexionábamos sobre esto, a mi mente acudió rápidamente una frase de Eugene Gendlin, filósofo y psicoterapeuta humanista, impulsor del focusing (una terapia corporal heredera del legado de Carl Rogers): "Dentro de cada ser humano hay alguien que quiere vivir". Puede que haya otras partes en la persona: confusas, contradictorias, frustrantes, autoboicoteadoras, depresivas y/o un largo etcétera. Pero hay una parte de la persona, una naturaleza intrínseca al ser humano, que lucha por Vivir (y pongo ese vivir con mayúscula, para diferenciarlo del "sobrevivir" con el que con frecuencia nos conformamos) .

A menudo, cuando trabajo con personas con problemas de salud mental, o simplemente con personas que están pasando una mala racha de su vida (depresiva, autodestructiva o lo que sea) siento una alegría enorme cuando, entre los nubarrones, vislumbro con toda claridad ese sol reluciente que pugna por salir, esa parte de la persona que está muy, pero que muy cuerda; esa parte que ama la vida y se aferra a ella como su mayor tesoro; esa parte que en medio de la confusión sabe mucho sobre lo que quiere y no quiere para su vida; esa parte capaz de seguir luchando por vivir aun cuando parece que no quedan fuerzas.  Es esa parte sana que tira hacia la Vida. Considero que mi trabajo ( y el de todos los que tienen el privilegio de trabajar con personas en lo terapéutico, lo social o lo educativo) es ser capaz de poner ante mis ojos un objetivo como el de Martin Schoeller, capaz de ver a la Persona que late debajo de sus circunstancias adversas; a la persona que necesita ayuda, pero es mucho más que sus problemas (como también diría Gendlin). El trabajo consiste precisamente en ayudar a la persona a potenciar esa parte sana que existe en TODA persona por el mero hecho de serlo, ayudarla a ponerse en contacto con ella, escucharla y dejarse guiar por su fuerza que tira hacia lo sano; hacia lo que, desde el fondo de sus entrañas, desde su ser más auténtico (libre de "deberías" y condiciones para ser aceptada) necesita y desea esa persona. Esa parte estará más o menos fuerte y boyante según lo que a la persona le haya tocado ir viviendo a lo largo de su vida. Pero está. Está. No hay que dudarlo ni un momento.

Entender esto tiene serias consecuencias. Hace cambiar las expectativas sobre la persona. Porque si esta persona además de esquizofrénica, depresiva o bipolar es "alguien que quiere vivir", si de verdad tiene una pulsión saluble en su interior, entonces tiene sentido preguntarle cómo quiere hacerlo y cuál considera que es el mejor camino para cumplir sus sueños. Y porque si es algo más que sus problemas, quizás podamos mirarla de tal forma que ambos lleguemos a olvidar (por lo menos la mayoría del tiempo) su "etiqueta diagnóstica", porque a buen seguro no la define en su individualidad, ni por supuesto tiene en cuenta esa parte sana (porque sólo define los aspectos en los que se aleja de ella).

En fin, gracias a Martin Schoeller por demostrar que la Belleza está ahí, incluso donde las circunstancias parecerían capaces de hacerla salir espantada. Está ahí: sólo hay que mirar de la manera adecuada.

domingo, 14 de febrero de 2016

Cinco al día... para la mente

No hace tanto que el deporte como hábito saludable llegó a nuestra conciencia colectiva como sociedad. Quien, pasada la treintena, pueda decir que su abuela era una mujer deportista, probablemente atraiga la curiosidad de los que escuchan, y algún que otro: "¡Anda, qué moderna tu abuela!". Hoy quien no hace ejercicio de algún modo agacha la cabeza al confesarlo, y suele terminar la frase con un "Soy un desastre...". Por no hablar de la horda de runners que pueblan nuestras calles en los últimos años... Así también, quien más quien menos crítica la comida basura, y no permitiría a sus hijos comer a diario en el Burger. Son pocas ya las personas que no se lavan los dientes al menos una vez al día. Y se nos metió también en la cabeza aquello de la manita de colores que nos indicaba que había que tomar cinco piezas de fruta y verdura al día; y aunque pocos lo cumplan a rajatabla, todo el mundo mira con cierta admiración a ese amigo súper-sano que (¡oh, proeza!) sí lo hace.
                                 

Tenemos claro que queremos para nosotros ciertos hábitos saludables, porque nos gustaría estar más sanos. Otra cosa es el empeño que luego ponga cada uno en cuidarse, pero estas cosas básicas la mayoría las tenemos claras. Y es que son cosas para cuidar el cuerpo, para enfermar menos: todo el que se quiera mínimamente se preocupará por lo menos lo justo de velar por su propia salud.

¿Y la mente? ¿Cómo se cuida la mente? Si existiera un "cinco al día" para la mente, ¿no estaríamos interesados en saber de qué va para ponerlo en práctica? Si miramos lo que la OMS nos dice como elementos importantes para la promoción de la salud mental, con su mentalidad "macro" nos habla de la importancia de que ciertos factores sociales estén adecuadamente ajustados (empleo aceptable, vivienda digna, minimización del conflicto y la violencia, etc.), de los lazos afectivos y las relaciones, y de la resiliencia (que tiene que ver con la capacidad de las personas para recuperarse de las situaciones de crisis). 

En oriente hace muchos millones de años que tienen clara cuál es una de esas cosas que está en su top five de la salud y el bienestar; y parece que occidente, viendo que a nuestros vecinos del otro lado del globo les va la mar de bien, está empezando a incluirlo como uno de esos "cinco deditos". Me refiero, como muchos habréis adivinado ya, a la meditación. Durante años lo de meditar ha sonado a budistas y a hippies esotéricos; pero, de un tiempo a esta parte, los señores científicos se han puesto a investigar muy en serio y resulta que meditar... ¡es la bomba!  Ha resultado ser como el Áloe Vera (o Julián Muñoz, como decía el chiste popular), que cuanto más se investiga más propiedades se le descubren. Estos señores científicos se han puesto a llenar de cables las afeitadas cabezas de un montón de monjes tibetanos y de otros muchos incautos voluntarios, y han descubierto que lo que dicen los aparatejos es que meditar unos pocos minutos al día mejora la salud física y mental de las personas. ¿Por qué? Pues porque mientras meditamos se activan ciertas zonas del cerebro y eso resulta beneficioso para su funcionamiento. Por ejemplo la ínsula (que es la encargada de informarnos de nuestra sensación de felicidad global), la región frontal (que, como os contaba en el anterior post, es la que armoniza el funcionamiento de los tres cerebros), el núcleo accumbens (encargado de la sensación de placer y satisfacción) o los circuitos relacionados con la capacidad de mantener la atención, entre otros. Pero la cosa va más allá, porque hay determinadas estructuras neuronales que conectan el cerebro con el resto del cuerpo, y es por eso que el estado de nuestra mente influye en cómo se encuentra nuestro cuerpo. Increíble pero cierto: la meditación ha demostrado, por ejemplo, mejorar el funcionamiento del sistema inmunológico (que es el que nos defiende frente a las infecciones y los tumores, y regula que no aparezcan enfermedades autoinmunes). Y yendo mas allá todavía, hay estudios que empiezan a demostrar que la práctica de la meditación aumenta la capacidad para actuar generosa y solidariamente frente al sufrimiento ajeno. Resulta que, muchos siglos después y por caminos diferentes, oriente y occidente, Harvard y el Tibet, por fin se encuentran, llegan a las mismas conclusiones.




Lo que el Profesor Richard Davidson nos explica en este vídeo es cómo las investigaciones en neurociencia nos hablan de la importancia de la neuroplasticidad, que es la capacidad del cerebro de cambiar, de generar nuevos circuitos neuronales en repuesta a la experiencia y al entrenamiento específico de la mente. Esto es muy revolucionario porque tiene claras consecuencias prácticas: ¡nuestro cerebro tiene capacidad para cambiar! (de ahí también que la psicoterapia tenga rigor y sentido científico...). También nos explica que hay cuatro aspectos que la neurociencia ha validado empíricamente como elementos que contribuyen a la sensación de bienestar de las personas: resiliencia, capacidad para ver el lado positivo de las cosas, capacidad para mantener la atención en el momento presente y generosidad (siendo ésta última en la que la neurociencia encuentra una asociación mas fuerte, según nos cuenta Davidson). Y, curiosamente, la práctica de la meditación favorece el funcionamiento de los circuitos neuronales implicados en estas cuatro cosas. ¡¿Quién no se apunta?!

Pero, ¿qué es meditar? Hay muchas formas de meditar. Muchas tradiciones religiosas lo han hecho desde tiempos inmemoriales. La novedad es que ahora occidente, después de escuchar a su diosa ciencia, también parece estar interesada en hacerlo. Sin embargo, nos encontramos con una sociedad secularizada, poco religiosa. De ahí el nacimiento del mindfulness, palabreja que seguro que más de uno ha oído. Coge la clásica meditación zen, ponle un nombre en inglés y despójala de su contenido religioso y tendrás un producto mucho más digerible para la sociedad occidental. La ciencia dice que ocho semanas de mindfulness a razón de unos pocos minutos diarios seis de siete días por semana bastan para empezar a obtener beneficios observables. 

http://www.samfyc.es/Revista/PDF/v14n2/v14n2_07_artRevision.pdf

Ojo con la noticia: si te decides a hacerlo, obtendrás beneficios en un plazo tan breve como dos meses: empiezan a disminuir los niveles de ansiedad, a mejorar el sueño, el estado de ánimo, la capacidad para recuperarse de los problemas, la capacidad de concentración y de atención... Oro molido, vaya.

En definitiva, no nos extrañe que en poco tiempo, y ojalá que así sea, los profesionales sanitarios empiecen a recomendar la meditación con la misma vehemencia con la que nos recomiendan comer verdura, dejar de fumar, hacer ejercicio o cuidar nuestro sueño. La responsabilidad personal sobre el  autocuidado de nuestra propia salud mental (o mas bien de nuestra unidad cuerpo/mente) está servida.

Por si alguien siente curiosidad, y quiere tomar un aperitivo de esta panacea del bienestar, os dejo un enlace a un audio que puede ser útil como primer acercamiento, cortesía de la psicóloga Yolanda Calvo, que tiene un canal de Youtube dedicado al mindfulness:




A los políglotas os recomiendo los audios del Dr. Kabat-Zinn, uno de los mayores impulsores de la práctica del mindfulness.

Así que, hala, todo el mundo a meditar como si no hubiera un mañana. Y es que a la vista de sus ventajas, no puedo más que vocear, cual vendedor ambulante convencido de la calidad de su género: "¡Señora,  traigo la meditación buena, bonita y barata! ¡Anímese, que me la quitan de las manos, caballero, me la quitan de las manos...!"