lunes, 22 de diciembre de 2014

El Circo de la Mariposa: el Sr. Méndez

La historia del señor Méndez y Will es la historia de una relación de ayuda. Hay alguien en situación de vulnerabilidad y alguien que decide tratar de ayudar a ese alguien; y se produce un contacto, un día a una hora, sin que supieran que iban a encontrarse. La reacción ante una persona como Will puede ser muy diversa: como la que tienen los espectadores del circo: lástima, risa, asco, morbo; como la que tienen los niños que le lanzan tomates: sentirse superior y abusar; u otras que no aparecen en el corto: indiferencia, negación, sobreprotección... O ganas de ayudar.


Pero incluso las ganas de ayudar pueden tomar diferentes formas. Fijémonos en el señor Méndez: ¿qué le suscita Will nada más verle? ¿Cuál es el paso previo para que decida ayudarle? La compasión. Compasión es una palabra muy maltrecha. Se la ha salpicado artificialmente de unas connotaciones que originalmente no tenía.  Compasión viene del latín cumpassio, que significaría literalmente sufrir juntos. Primera gran lección del señor Méndez: para poder ayudar a alguien es necesario ser capaz de conectar con el sufrimiento de la otra persona. Sólo así el impulso de ayudar será auténtico y suficientemente potente como para que merezca la pena todo el esfuerzo que supone ayudar a alguien en una situación como la de Will. Conectar con ese sufrimiento es entender cómo se siente la otra persona, lo cual a los humanos nos es posible porque estamos dotados de una capacidad compleja que se llama empatía. No todo el mundo (ni siquiera todo el mundo que se dedica a ayudar a otros) la posee en el mismo grado. Por suerte, la empatía puede desarrollarse a través del conocimiento del mundo interior de uno mismo.  O sea, que el señor Méndez es capaz de entender el sufrimiento de Will y siente deseos de ayudarle. Ahora bien, ¿cómo es su estilo de ayuda? Eso es lo que nos muestra todo el cortometraje: cómo le gusta al señor Méndez ayudar.

El estilo de ayuda del que ayuda viene muy marcado por cómo es el propio "ayudador", por sus creencias, principios, valores... por su filosofía de la vida. Por lo que vemos en el cortometraje el señor Méndez cree en las capacidades de las personas. No sólo cree en ellas, sino que las ve. Donde todos ven "una perversión de la naturaleza", el señor Méndez ve más allá, ve algo tan valioso que no puede más que acercarse y con una expresión de emoción decirle a Will mirándole a los ojos: "eres magnífico", con la misma expresión en el rostro que alguien que sube a la cima de la montaña y se desborda al ver tanta belleza. Segunda lección del señor Méndez: cada ser humano encierra un tesoro, todos y cada uno de ellos, independientemente de lo que hayan hecho o sido hasta ahora. Para poder ayudar a quien ayudamos hay que creer en la perla que se esconde dentro de la concha arrugada de la ostra. Aún así, Will no responde de un modo bucólico a este acercamiento. Todo lo contrario: le escupe lleno de rabia. Sin embargo, el señor Méndez tiene la suficiente seguridad en sí mismo e intuye lo suficientemente bien la mella que años de sufrimiento pueden haber hecho en Will como para no tomarse este ataque de forma personal; como para entender que esta reacción no es más que el disparo de la artillería desde una muralla levantada hace tiempo para defenderse ante los otros, porque desde el dolor todos parecen enemigos; como para limpiarse la cara con una sonrisa en los labios y desearle de corazón una buena tarde; como para recibirle con los brazos abiertos cuando Will decide colarse en su camioneta y no reprocharle absolutamente nada. Tercera lección del señor Méndez: para ayudar a otros uno tiene que tener la autoestima lo suficientemente fuerte como para no tomarse la posible hostilidad del que sufre como un ataque personal. 

Pero Will no es el único al que pretende ayudar el señor Méndez: ha habido más antes que él. Y viven todos juntos. ¿Dónde viven? No parece que tengan grandes comodidades. Es más bien una vida austera y nómada, con todo lo que de incomodidad conlleva eso. Sin embargo, allá donde van, les vemos bailando, bromeando, cocinando juntos. Tras la carpa del circo, en medio de la nada, el señor Méndez promueve un ambiente de hogar. ¿Qué es el hogar? Es mucho más que una casa. Un hogar es calidez y seguridad, un lugar en el que sentirse cómodo, en el que ser lo que se es sin necesidad de dar imagen. Cuarta lección del señor Méndez: la ayuda (la que de verdad ayuda) sólo es posible en un ambiente de seguridad y calidez. Y es el que ayuda el responsable, con sus actitudes, de crear este clima.

El señor Méndez, además, tiene la capacidad de hacer que las personas se conozcan a sí mismas de un modo más profundo. No sólo es capaz de creer en las potencialidades de aquellos por los que ya nadie apuesta, sino que, de esa forma, consigue que las propias personas vean más allá de sus aparentes limitaciones, y les da los medios para crecer y desarrollarse. Donde otros ven todo aquello para lo que alguien no sirve, a él se le aparecen subrayadas en fosforito todas las cosas para las que la persona tiene una especial cualidad.  Y al verlas no puede más que pronunciar con admiración "¡son increíbles!"  Quinta lección del señor Méndez: las personas se comportan según lo que esperas de ellas. Si no esperas nada, no harán nada. Si esperas algo (creyendo auténticamente en ello), pondrán en juego su capacidad de superación para conseguirlo. Esto no es más que el conocido (quizás no lo suficiente) efecto pygmalión. El señor Méndez es un acérrimo "pygmalionista". Sabe que hay mucho aparente anciano que esconde un ágil trapecista, y sabe hacérselo creer al propio anciano que se había condenado a mendigar para sobrevivir, o al hombre malformado que había decidido vivir de ser una ganga para la mofa o el asco de otros.

Aún sabe más cosas el señor Méndez (que resulta ser un pozo de sabiduría en lo que a relación de ayuda se refiere): sabe que el proceso de cada persona es personal e intransferible. Sabe que él solamente puede crear un determinado clima y creer en cada ser humano. La tentación es guiar cada paso, proteger de cada tropiezo, hacerse cargo de cada contratiempo, evitar cualquier sufrimiento. Sin embargo, él sabe que el mejor camino para llegar a un sitio no tiene por qué ser necesariamente el más corto, sabe que los imprevistos de la travesía  ayudan a crecer al viajero, confía en la capacidad de cada persona para encontrar su propia ruta, y no intenta ahorrar esfuerzos ni disgustos al que se ha propuesto la ardua tarea de crecer personalmente. Eso sí, está al quite por si alguien cae al río. Sexta lección del señor Méndez: para ayudar hay que dejar explorar y caminar, sin evitar la adversidad, aunque estando ahí para amortiguar la caída. Si no le has dicho a alguien por dónde tiene que ir es más difícil caer en el repugnante "te lo dije". Es más fácil tenderle la mano, y seguir dispuesto a acompañar en el camino.

Y por último, al señor Méndez se le llenan los ojos de lágrimas al ver a Will, el hombre al que se supone que el mismísimo Dios le había dado la espalda, emerger orgulloso de un balde de agua ante los ojos admirados de miles de espectadores. Entiende lo que significa para Will y no puede más que ser feliz con él. Comparte la lucha y el triunfo, como un espectador privilegiado. Observa desde lejos la escena de un Will sonriente hablando de su azaña y regalando esperanza a otros, y se aleja bailando y dando saltitos de alegría. Séptima e importatísima lección del señor Méndez: para ayudar a otros hay que ser feliz ayudando. No vale el deber moral o la obligación laboral: o se es feliz, o no se ayuda.

La historia del señor Méndez es la de alguien que decide hacer de la relación de ayuda su vida. Cuántos otros hemos optado por hacer de nuestra vida algo parecido: madres, padres, maestros, terapeutas, sanitarios, educadores... Y tú, ayudador, ¿apruebas con nota las siete lecciones del señor Méndez?



sábado, 13 de diciembre de 2014

Ikea, la Lotería Nacional y la letra pequeña de nuestra(s) crisis

Ya hace 7 años que entramos en "la crisis", ese suceso económico (¿sólo económico?) que no podíamos imaginar hasta qué punto iba a meterse en todos los rincones de nuestra vida pública y, en mayor o menor medida según las casos, también en nuestra vida privada. La crisis será algo que permanezca en nuestras memorias por muchos años incluso después de que se considere oficialmente finalizada, porque de algún modo forma ya parte de nuestra historia, no sólo nacional, sino también privada. Cuando nos pregunten nuestros hijos, nietos o sobrinos les contaremos que esto o aquello sucedió o no sucedió, se pudo hacer o no, se hacía de esta manera o de la otra "porque era la época de la crisis".

La crisis es algo que ha cambiado nuestras vidas, ha dado un frenazo a lo que veníamos haciendo y viviendo dentro de la inercia de "la Historia" y de nuestras historias vitales. Si buscamos el significado etimológico de la palabra crisis, el diccionario médico-biológico, histórico y etimológico de la Universidad de Salamanca nos explica lo siguiente:

crisis[crisis]
f. (Patol. generalMutación considerable que acaece en una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el enfermo.
[kri- κρίσις gr. 'juicio', 'decisión', 'crisis' (sign. 1 'separar') + -si(s)/-s(o)- gr. 'acción']
Leng. base: gr. Antigua. En gr. krísis κρίσις es 'juicio', 'decisión', pero desde Hipócrates, s. V a.C., tiene también el significado aquí recogido, valor con el que pasó a lat. crisis en s. V d.C. (existe un uso esporádico de Séneca en s. I d.C. en el sentido de 'juicio'),
(Fuente

Sé que no descubro nada nuevo si me pongo a reflexionar sobre la idea de que la crisis esconde oportunidad, pero no por ello me parece menos digna de profundizar en ella. Es curioso cómo los medios de comunicación se han preocupado de hacernos asociar "la crisis" con algo tremendamente negativo (y por supuesto que ha traído enormes cantidades de sufrimiento a las vidas de muchas personas), pero creo que sólo indirectamente, sólo "de refilón", se ha abordado la parte positiva que engloba la crisis. Y no sólo "la crisis", sino todas las crisis personales o comunitarias. Si nos fijamos en la definición que tenemos más arriba, encierra  desde mi punto de vista tres conceptos claros: crisis es sinónimo de cambio (mutación); en una enfermedad (¿qué había de enfermo en la situación nacional, mundial o personal que teníamos antes del frenazo en cuestión?); y su desenlace puede ser en dos sentidos: mejorarse o agravarse. Y en lengua griega antigua, el significado era decisión.

Y digo que no descubro nada nuevo porque esto es algo que, de un modo más o menos consciente, creo que ha calado en la sociedad a raíz de esta crisis "económica": la crisis como oportunidad. Otra cosa es que los medios al servicio del sistema establecido se esfuercen en mandarnos el mensaje parcial de que el desenlace correcto consiste en restaurar la situación anterior tal como estaba, obviando que si volvemos a recomponer todos los factores previos, sin hacer ningún cambio, lo más probable es que más pronto o más tarde el resultado vuelva a ser el mismo.

Pero no quiero perderme en más filosofías, sino compartir lo que a mí modo de ver son pruebas de que la sociedad (o al menos una parte importante de ella) está "en otra onda" tras 7 años de crisis. Si vamos con los ojos bien abiertos podemos observar que muchas personas a raíz de la crisis, por obligación en muchos casos o por elección en muchos otros, se han visto abocadas a profundizar en sus vidas y a bucear en valores más profundos que los que la sociedad de consumo propugnaba. Así, la gente se ha visto en la tesitura de salir de su individualismo y compartir más (por ejemplo, el coche para ir a trabajar y ahorrar gasolina), de recurrir a redes informales y autogestionadas para ayudarse mutuamente (a ti que estás en paro te tengo en mente cada vez que alguien de mi círculo me dice que está buscando a alguien para no sé qué trabajo), de alargar el uso de cosas materiales en una bien entendida "política de austeridad" (los zapatos ya no se tiran con tanta alegría, sino que se llevan al zapatero), se recuperan o se desarrollan nuevas habilidades (el bizcocho me sale más barato si lo hacemos en casa)... Por no hablar del empujón de la implicación de la ciudadanía en la vida política (la gente en los bares habla y discute de política, como si de repente ya no nos diera tan igual quién o qué decidan por nosotros).

Cuando comento esta impresión que tengo de que la crisis nos ha hecho salir de la superficialidad y volver a contactar con valores humanos más profundos, mucha gente me lo rebate desde una visión pesimista: "no, eso son cuatro gatos", "la gente en el fondo sigue igual", "la gente hace esas cosas porque no le queda más remedio", "en cuanto todo vuelva a ser igual la gente volverá a lo mismo de siempre". Cuando me dicen esto, no puedo más que sacar de mi trastienda personal las unidades que me quedan de confianza en el ser humano, y de su capacidad de sacar lo mejor de sí mismo cuando se ve en situaciones límite. Y para vender y defender esta idea he encontrado un argumento poderoso: la publicidad. Me explico: creo que la publicidad es un elemento al servicio del sistema de consumo; y creo que para ello se basa en encontrar qué cosas nos resultan importantes y centrales en nuestra vida como medio para ganarse nuestra atención. Así, se ha hablado hasta la saciedad de cómo se ha utilizado la imagen de "mujeres de buen ver" en los anuncios de productos para hombres y viceversa. O cómo se utiliza la imagen de alguien con quien nos queremos identificar para vendernos un producto: veáse la imagen de la madre guapa, joven y equilibrada a la par que vital que tiene un vínculo súper-especial con su hijo sano y precioso, que aparece reflejada en la etiqueta de este envase de toallitas marca Carrefour: 





O sea, que la publicidad refleja de algún modo nuestros anhelos. Y de aquí quiero yo deducir que el cambio que a mi juicio se ha operado en la publicidad refleja un cambio en los deseos y preocupaciones de la sociedad. El propio sistema trata de valerse de este cambio para seguir alimentando su lógica de consumo, pero eso no rebate en modo alguno la idea que intento transmitir: si la publicidad trata de vendernos cosas recurriendo a valores humanos profundos, es que esos valores han pasado a ser parte importante de nuestro imaginario y nuestras aspiraciones. Y para muestra un botón: os dejo aquí cuatro anuncios de los últimos dos años (plena crisis). Entre ellos encontraréis un par de ellos que han sido virales en los Facebook y grupos de Whatsapp de todo bicho viviente en los últimos dos meses:









Si os fijáis, estos anuncios recurren a valores como la solidaridad, el compartir, las buenas relaciones, los lazos entre personas del barrio, el sentido del humor, prestarse apoyo en los momentos de tristeza, pasar tiempo con los niños... ; y a ideas como "los mejores regalos no son materiales", "lo bonito no es ganar mucho dinero, sino hacer felices a los que te rodean", "poder estar con los hijos es más importante que poder comprarles muchas cosas", "lo importante son las cosas sencillas del día a día y no las grandes cosas que se pueden comprar con dinero". ¿Qué hace la industria usando estas ideas? ¿No van contra sus objetivos de vender y hacernos necesitar más y más cosas? Antes de la crisis usaban otros mensajes e ideas. Echemos la vita atrás y veamos los anuncios de las mismas empresas antes de la crisis:








¿Diferentes, verdad? Pues si ha habido este cambio de estrategia, para mí no cabe duda de que se han dado cuenta de que esos otros valores y mensajes empiezan a estar en nosotros (o han tomado más fuerza). Y creo que esto es una espléndida noticia (para nosotr@s, no para la sociedad de consumo, a la que al final puede que el tiro publicitario termine saliéndole por la culata).

En resumen, "la crisis" abre un camino a construir una nueva forma de estar en el mundo para la sociedad. Las crisis traen "letra pequeña", de la que sólo somos conscientes si ponemos atención. Nuestras crisis personales nos ponen en la tesitura de ese "decidir" sobre nuevos caminos posibles una vez que nos damos cuenta de que el que estamos andando ha quedado obsoleto. 

¿Te animas a leer la letra pequeña en tus crisis personales? ¿Cuáles son los mensajes de las campañas de publicidad de tu vida? O dicho de otra forma: ¿cuáles son ahora mismo los valores y mensajes que están tomando fuerza en tu vida?

  

lunes, 8 de diciembre de 2014

Así empiezan los sueños...

¿Cómo empiezan los sueños? Durmiendo, me contestaréis... Sí, durmiendo, pero el material del que están hechos los sueños, ¿cuál es? No es mi intención dar una clase teórica sobre de dónde vienen los sueños (tiempo habrá para los post técnicos), sino que en este primer post me entrego más al relato de la experiencia personal que me hace estar hoy aquí, escribiendo estas líneas. Y desde mi experiencia personal me sumo a los que piensan que la materia prima de los sueños no son más que las experiencias vividas cuando estamos despiertos; y así, al despertarnos por la mañana descubrimos que en lo que hemos estado soñando aparecen cosas, personas, preocupaciones y lugares que nos resultan familiares o conocemos perfectamente, y a los que nuestro cerebro les ha dado una vuelta y los ha cubierto con ese particular baño onírico que sólo su creatividad puede otorgarles.

Y creo que este sueño que acaba de arrancar, el Proyecto Ágape, tiene mucho en común con esos otros sueños, porque nace, sin duda, de todo lo que he vivido antes de empezar a soñar.

"¿Pero de qué va este sueño?", me preguntaréis con cara de extrañeza. "Sabíamos que algo tramabas, pero ¿qué es exactamente?" Pues ahora que llevo ya un buen rato soñando, puedo empezar a contaros lo que veo en mi sueño:

Veo Ágape como un espacio. Un espacio tranquilo y seguro, al que se acerca mucha gente. Se acerca gente muy distinta, y toda tiene cabida: algunos son altos, otros bajos; otros ricos, otros económicamente normalitos y otros pobres; unos tienen familias maravillosas, otros están solos; algunos son jóvenes, otros ya cuentan canas, algunos incluso son adolescentes y, aunque aún no lo veo claro en el sueño, es posible que en las próximas noches vaya apareciendo algún que otro niño. Veo también profesores, médicos, enfermer@s, monitores de tiempo libre, trabajadores sociales. Veo otra gente que está en paro, o que nunca pudo estudiar. Todos ellos son muy diferentes, y se acercan a Ágape con expectativas diferentes, aunque tienen algo en común: quieren crecer como personas. Y en ese espacio tranquilo, de colores blancos y azules claros, suceden cosas cuando la gente se acerca:  

Algunos entran a una sala cálida y acogedora, donde tiene lugar un maravilloso milagro: son escuchados. Allí encuentran un espacio de seguridad donde pueden explorar con calma  todo lo que ocurre dentro de ellos, con la certeza absoluta de que cualquier cosa que digan será aceptada. Encontrarán a otro yo con rostro amable y mirada comprensiva dispuesto a ser no guía, sino compañero de camino que permita adentrarse de forma segura en el Bosque de Sí Mismo. Y una vez allí, recorrer los caminos y resolver los asuntos pendientes para superar las crisis, reconciliarse con uno mismo, dejarse ser, ser libre.

Otros de los que llegan hasta ese espacio, lo hacen planteándose un cambio en sus vidas, pero no son capaces de iniciarlo. Saben que esto o aquello que hacen perjudica su salud (física o mental), pero (¡oh, paradoja!) por más que lo saben no son capaces de parar de hacerlo. Fumar, beber o usar otras drogas, comer sin control, mantenerse dentro de una relación destructiva... En mi sueño, llegan hasta Ágape confundidos y con sensación de vivir atrapados; y cuando salen se sienten  capaces  de caminar sin  ataduras, han luchado en el combate y han vencido. Y el premio es su libertad.

Otros de los que se acercan a Ágape son personas que descubrieron hace tiempo que el sentido de su vida es ayudar a otros a través de su profesión, y son conscientes de la enorme responsabilidad que eso supone. Son maestros, profesores, educadores, médicos, enfermer@s, trabajadores sociales, monitores, integradores, auxiliares de enfermería... Son incluso padres y madres, que aunque no son profesionales, están empleados en ayudar a crecer a otros las veinticuatro horas del día. Y todos ellos llegan hasta ese espacio que es Ágape en busca de ayuda para desempeñar su labor de la mejor manera posible, para entrenarse en poner lo mejor de sus cualidades humanas al servicio de las personas a las que atienden o educan. Y tras pasar por Ágape, sus manos son más delicadas, sus palabras más acertadas, sus oídos están más abiertos, son más capaces de ponerse en el lugar del otro y se conocen y aceptan más a sí mismos, lo cual les hace más capaces de aceptar a aquellos a los que ayudan sin reservas. 

Y si sigo soñando, veo que Ágape no conoce fronteras, veo que es un espacio que está cerca, en mi barrio, pero que también se expande hasta hogares y personas distantes e incluso países lejanos gracias a esa magia que son las nuevas tecnologías, que nos globalizan el mundo y no sólo para mal. 

Éste es mi sueño, que arrancó hace ya casi dos meses. Éste que os he descrito es mi sueño, con esa carga de magia que el cerebro que sueña pone en él. Al despertarnos, tenemos la costumbre de interpretar los sueños, hacerlos más comprensibles para nuestra "realidad real". Si así hubiera que hacer con este sueño que os cuento, os diría que sueño con un espacio en el que dar rienda suelta a lo que de un tiempo a esta parte he descubierto que es mi vocación: acompañar a personas en sus procesos vitales. Es por ello que empecé hace dos años la especialización como psicoterapeuta de orientación centrada en la persona. Y Ágape viene a ser el canal por el que quiero intentar hacer tangibles y útiles para otros algunas cualidades y habilidades que he descubierto que con los años he ido desarrollando, y que me esfuerzo cada día por mejorar. Ese canal que es Ágape empezará con una página de Facebook y este blog en el que, tras éste de presentación, subiré otros post que serán fundamentalmente de dos tipos: sobre crecimiento personal, para el público en general; y sobre relación de ayuda, para madres, padres, educadores, sanitarios, y otras personas que trabajan de forma voluntaria o remunerada en contacto con otros en los que dejarán huella, para bien o para mal... y que esperemos que este blog contribuya a que sea para bien.

Pero en breve (si todo va como lo sueño), quizás para el final del verano de 2015, será también una página web (que ya está en elaboración), una consulta de counseling y psicoterapia en Madrid, un equipo de formación sobre relación de ayuda, un servicio de psicoterapia on-line... y todo lo que las noches venideras me permitan soñar en clave de ayudar a crecer y ayudar a ayudar. 

Decía que la materia prima de los sueños son las experiencias que vivimos despiertos. En el caso de Ágape, así es: mis años de trabajo como médico de familia; mi experiencia en la educación no formal como monitora de niños y adolescentes en distintas situaciones sociales; la vivencia del trabajo de cooperación al desarrollo en Paraguay y Guinea Ecuatorial; mi participación en diferentes asociaciones y entidades de acción social; y sobre todo mi trabajo durante los casi tres últimos años en un centro de tratamiento de adicciones de la red del Ayuntamiento de Madrid, en el que he podido comprobar de primera mano la importancia de la relación de ayuda, y cómo si ésta reúne ciertas condiciones puede ser el mejor trampolín para que la persona dé un salto y cambie todo lo que ella quiera de su vida. Ésta es la materia prima de mis sueños, junto con el que para mí es el ingrediente más poderoso en la vida: la ilusión.

Desde hoy serán  post en un blog sobre crecimiento personal y relación de ayuda. Lo que será en el futuro sólo se puede saber si nos aventuramos a seguir soñando despiertos.

Bienvenid@s a Ágape. Poneos cómod@s, porque éste también quiere ser vuestro espacio.