domingo, 28 de junio de 2015

¿Mc Terapia con patatas grandes?

Cuando alguien se plantea iniciar una terapia, al igual que cuando uno inicia una obra en casa (que va a ser cara y nos va a desbaratar la vida por un tiempo), es normal que se pregunte, "¿y esto cuánto va a durar?"

El mundo de las terapias psicológicas es grande y complejo, con interconexiones e intraconexiones dentro de los diferentes tipos de terapias, y a su vez con fusiones y adaptaciones. Y todo ello aderezado por el actualmente en boga "eclecticismo" de los terapeutas, que toman de acá y de allá para tratar de encontrar un estilo personal.
Simplificando mucho (muchísimo), hablaremos de tres grandes tipos de terapias psicológicas, por orden cronológico de aparición en el mundo de la terapia: 

Por un lado, la cognitivo-conductual, que se basa en que nuestra conducta es fruto de nuestra cognición. Los pensamientos serían el estímulo que provoca como respuesta una conducta. Por ejemplo, una persona que piensa que va a ser rechazada porque no es capaz de ver sus cualidades se comporta de forma retraída. Si conseguimos cambiar lo que piensa sobre sí misma, es posible que su conducta cambie. Desde esta orientación se ayuda a la persona a cambiar sus cogniciones, lo cual traerá como consecuencia un cambio en su conducta y, en definitiva, se encontrará mejor.

Por otro lado está la orientación psicoanalítica. Para los terapeutas de esta orientación los estímulos que provocan la conducta son básicamente la libido, los instintos y los mecanismos de defensa. Se trata de analizar e interpretar cómo estos están influyendo en la vida del individuo. Por ejemplo, la persona del ejemplo anterior podría estar con su conducta retraída protegiéndose del rechazo, porque se sintió rechazado por sus padres en su primera infancia o ya desde el vientre de su madre. 

Por último, la psicoterapia humanista o tercera fuerza, más que poner el énfasis en lo que "no funciona" de la persona, pone el énfasis en el valor del ser humano, en su capacidad de crecimiento. Cree en la potencialidad del ser humano para desarrollarse; confía en que, si se dan las condiciones necesarias, la persona, como una semilla, dará buen fruto. En el caso de la persona que se comporta de forma retraída lo importante sería crear una relación terapéutica que permita a la persona explorar su mundo interior, hacerse consciente de sus luces y sus sombras, averiguar lo que realmente quiere y sentirse capaz de caminar hacia ello. 

Pero y la obra, ¿qué? ¿cuánto va a durar? ¿cuánto tiempo con los obreros dando vueltas por la casa y llenándolo todo de polvillo blanco, de ese que no sale por más que friegues?

Pues bien, la duración es variable. Vemos gente que en pocos meses ha resuelto lo que quería resolver y gente que lleva 6 años acudiendo al psicoanalista y esto no tiene visos de terminar. Por supuesto, no se puede dar una duración estándar para algo tan individual e irrepetible como es el acompañamiento a un ser humano y como lo son también las circunstancias que pueden estar rodeando su vida en un determinado momento, así como el grado de profundidad al que está dispuesta a "bucear" una persona.

Y en realidad lo que quiero no es tanto incidir en el tema de la duración de una terapia como en el estilo de la misma, aunque indudablemente lo segundo influye en lo primero. Hoy en día lo que más en boga está en nuestro entorno es la terapia cognitivo-conductual, hasta el punto de que apenas si se habla de otras orientaciones en las facultades de psicología de las universidades españolas. Y, desde mi punto de vista, aparte de con otras circunstancias, esto puede tener algo que ver con el estilo de vida predominante en nuestra sociedad (o, si no es una causa directa, desde luego que contribuye a perpetuar su hegemonía). En nuestra sociedad se trata de obtener soluciones rápidas y efectivas, que resuelvan cuanto antes la papeleta. Por tanto, es fácil de entender que una terapia que da resultados rápidos case con nuestra sociedad como anillo al dedo. Entiéndaseme, no quiero yo arremeter contra los terapeutas ni contra las terapias cognitivo-conductuales, y reconozco que sus técnicas pueden ser muy útiles en ciertas circunstancias. Sin embargo, hay algo subyacente a su filosofía que me chirría, y por lo cual me alejo de ella como "estilo terapéutico básico" personal. Alguien en mi entorno lo dijo hace poco de una manera muy gráfica (y que espero no ofenda a nadie): lo cognitivo-conductual sería como la "fast food" de la psicoterapia: te puede solucionar una comida de forma rápida y relativamente cómoda puntualmente (bendito kebab que nos libró de la inanición aquel día que volvíamos de viaje y no había nada en la nevera), pero no puedes basar tu dieta en ella si quieres tener una vida saludable.


Creo que una terapia, para ser de calidad, debe ser profunda. Mi experiencia en drogodependencias, por ejemplo, me dice que usar la técnica de no acudir a lugares donde se esté consumiendo la droga (o para el fumador retirar los ceniceros de casa) es eficaz... a corto plazo. Ese día la persona no consume. Pero si además de eso (que es muy necesario) no profundiza en las razones que le han llevado a necesitar consumir una sustancia para enfrentarse al día a día, se hace consciente de las emociones que subyacen en el malestar que alivia por medio de la droga y encuentra un sentido profundo para su existencia y una sensación de capacidad para abandonar el consumo y construir la vida que realmente quiere, a las pocas semanas volverá a acudir a lugares de riesgo para consumir de nuevo. Porque la fast-food es sólo fast-food, por mucho que se la aderece con complejos vitamínicos (en forma de ansiolíticos, antidepresivos etc...) para hacer un constructo esperpéntico que se parezca a una comida nutritiva. En el caso de los niños, desde una perspectiva conductista podemos darles una ficha cada vez que hacen algo bien que luego podrán cambiar por un premio; o podemos, desde una perspectiva humanista, crear un clima de comunicación emocional en el que el niño decida colaborar porque se da cuenta de que eso contribuye al bienestar propio y de los que le rodean y a un mejor clima en casa o en el colegio. Es posible que al segundo niño le lleve más tiempo, pero es también más probable que la actitud de colaboración perdure para siempre y en todos los ambientes.

En el mundo del fast-food, fast-sex y las fast-cities, un poquito de reposo y ralentización no nos viene nada mal para tener una vida más saludable, como ya propusieron hace más de veinte años los impulsores del movimiento Slow.

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Es por todo esto que desde mi orientación básica humanista centrada en la persona no puedo más que abogar por la terapia de ternera ecológica cocinada a fuego lento; y, sólo puntualmente y cuando no haya tomate raaf de temporada a mano, ponerle como aderezo un poquito de ketchup. 

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