domingo, 22 de marzo de 2015

No sin mi puenting


Mientras veía este vídeo por primera vez, me sorprendí a mí misma con el corazón acelerado y una sonrisa de oreja a oreja en la cara:





Aún me sigue pasando cada vez que lo veo. Y no es sólo la música (que a mí personalmente me da ganas de empezar a dar brincos por la habitación) o la letra (que tiene grandes frases motivadoras), sino que creo que es la combinación de todo eso con las imágenes. Las imágenes nos enseñan una infinita sucesión de momentos en los que la persona está teniendo experiencias intensas. Y muchas de ellas en contacto con la Naturaleza. Creo que lo que me cautiva de este vídeo es que apela a la sensación de estar intensamente vivo.
Con frecuencia identifico las fases intensas de mi vida con la sensación del viento pegándome fuerte en la cara. Parece que el artista y yo coincidimos en esto, porque todas estas experiencias "al límite" parecen ser su vehículo visual para transmitir el mensaje central de su canción: "vive una vida que siempre recordarás"; vive intensamente, al fin y al cabo.

Pero, ¿qué es vivir intensamente? ¿va esto de tirarse desde un acantilado, de hacer surf o de rodar por la nieve colina abajo? No parece que vaya de eso exactamente. Sin embargo, quizás sí vaya de llevar a la vida cotidiana la sensación que uno tiene cuando hace cosas como éstas: la de estar plenamente presente en lo que está sucediendo en este momento y vivirlo en toda su dimensión y plenitud. En el momento en el que alguien salta y hace puenting es difícil que esté pensando en muchas más cosas que en lo que está sucediendo exactamente en ese momento, está en pleno contacto con la experiencia. No hace falta tirarse por un puente: se puede vivir intensamente la caricia más sutil, o el logro (o fracaso) cotidiano.

Decía Fritz Perls (el padre de la Gestalt) que estar presente ahora consiste en unir nuestra atención y nuestra conciencia; y, curiosamente, la meditación tipo mindfullness (que traducido significa conciencia plena) consiste en estar presente en el aquí y el ahora. Curiosamente también, practicar este tipo de meditación ya ha demostrado científicamente tener beneficios sobre la salud física y mental de las personas.





Vivir intensamente tiene mucho que ver con vivir de forma plenamente consciente. ¿Plenamente consciente de qué? No tanto de lo que sucede fuera sino de cómo nos resuena dentro lo que sucede. Vivimos en una era muy racional, fruto del boom de lo científico-técnico (lo cual nos ha traído grandes beneficios). Sin embargo, pese a toda la tecnología que tenemos a nuestro alcance, nos encontramos, desde mi punto de vista, en medio de una importante epidemia de analfabetismo emocional. La educación se ha volcado (y sigue volcándose) más en lo cognitivo que en lo emocional. Suena elegante decir que tienes las ideas claras; suena cursi decir que las emociones son una guía básica para tu vida. Sin embargo, las emociones son el mapa con el que contamos para saber cómo está resonando en nuestro interior lo que sucede, son una llave para acceder a nuestra experiencia, para saber qué necesitamos y queremos.

Volviendo al vídeo, creo que hace sonreír y sentirse vivo porque, más allá de las experiencias al límite, nos pone en contacto con otras cosas que tocan nuestras emociones: un padre fallecido, la familia unida, la sensación de libertad, la belleza de un paisaje, los recuerdos, las risas tras una broma, permitirse saltar en la cama, chocarla con un amigo, pasar tiempo con la gente a la que quieres, ver las viejas fotos de familia, releer cartas llenas de cariño, tirar lo que nos aprisiona por la ventana... "Estas son las noches que nunca mueren". Estas son las cosas que realmente nos importan en la vida.

Sentirse vivo es mantenerse conectado a la experiencia, a lo que sentimos en el aquí y el ahora, a lo que nos resuena por dentro por lo que nos pasa en la vida. Es fácil en medio del ruido, la prisa y la superficialidad que impone la sociedad de consumo que perdamos el contacto con nuestra experiencia. Es ventajoso para la propia sociedad de consumo que nos despeguemos de nuestra experiencia, porque de esa forma no seremos conscientes de lo que realmente queremos y necesitamos, nos confundiremos y pensaremos que es algo que podemos "consumir". Hace falta silencio interior para hacer hueco a la escucha de la experiencia; de la experiencia propia, única, irrepetible e irrefutable por ninguna demostración, argumentación o teorema. No es la poesía la que nos cambia la vida, sino el amor de quien la escribió para nosotros. Aún más, es el ser conscientes de que amamos o no amamos a esa persona, de que la queremos cerca o lejos de nuestra vida. 

En fin, cada vez que veo este vídeo lo que a mí me resuena por dentro es la inmensa alegría de estar viva. Ni un día sin la plena consciencia de esa sensación de que el sol y el viento nos curten el alma, nos agitan la vida.

martes, 3 de febrero de 2015

Las licencias de James Bond

Es domingo y hace una preciosa mañana de invierno, de esas de Madrid: con un frío que pela, pero un cielo azul intenso que da gusto mirar. Hemos subido al parque de El Retiro a correr un rato y, cuando ya volvemos por la transitada avenida que sube hacia la estatua del Ángel Caído, se acerca un coche de policía municipal y, a nuestras espaldas, un padre le dice a su hijo de no más de siete años, que aparentemente acaba de tener una pequeña rabieta: "¿Ves? Te has enfadado y ha venido la policía". Nuestros ojos, como platos. No sé cómo se habrían quedado los de la media nacional de padres que lidian a diario con los enfados y/o malos humores de sus hijos... Lejos de juzgar la apertura o no de ojos, quisiera aportar una reflexión sobre el "suceso", por si a alguien le sirve de algo. Y si no es así, pues a otra cosa mariposa.

En otro post hablaba acerca de cómo según el señor Carl Rogers la opinión de las personas significativas (significant others) del niño tiene un peso crucial en el desarrollo de la personalidad. En ese post lanzaba también al final la pregunta: ¿cómo podemos hacer para que los niños no tengan que "desaprender" tantas cosas cuando son adultos? Pues bien, de eso va este post.

Volvamos a nuestro (seguramente) bienintencionado padre que pasea con su hijo: ¿por qué le dice lo que le dice? Y, más importante aún, ¿qué transmite a su hijo la bienintencionada frase? Empecemos con la segunda cuestión. Y no hay que hacer demasiado sesudas disquisiciones para hacer la traducción simultánea de la frase en la mente del niño: "Las personas buenas no se enfadan. A papá no le gusta que me enfade. Yo quiero ser bueno y gustar a papá, así que no debo enfadarme". ¿Y por qué el padre dice esto a su hijo? Pues podemos formular varias hipótesis que van desde que lo único que quiere ese padre en el mundo es que cese la rabieta de su hijo para poder disfrutar de un agradable paseo en familia, hasta que él mismo aprendió (de sus personas significativas) que el enfado es algo que no está bien mostrar, pasando porque quizás no sabe ya qué hacer con la rabieta de su hijo y se aferra a cualquier clavo ardiendo que pase (con coche patrulla incluido) para solventar de una vez la situación.

 De lo que seguro que no es consciente este padre es de los potenciales problemas que puede acarrearle en el futuro a su hijo aprender que hay sentimientos que es mejor no expresar. Es curioso, porque tendemos a clasificar los sentimientos en una especie de cajones con etiquetas "positivo" y "negativo". En la de lo positivo metemos cosas como alegría, ternura, bienestar, ilusión; en la de lo negativo metemos otras como la tristeza, la rabia, la vergüenza. Y sí, unas son agradables y otras desagradables; pero es importante entender que todas y cada una de las emociones tienen una función. La tristeza, por ejemplo, nos informa de que hemos perdido algo importante; el enfado, por su parte, nos hace saber que nuestros límites personales han sido transgredidos. Y todo eso es valiosísima información para tomar nuestras decisiones en la vida, para saber cuál es el siguiente paso que quiero dar, hoy que tengo siete años y el día que tenga sesenta. Pero si desde pequeñito/a se me comunica que hay emociones que debo reprimir (¡so pena de que me lleve la policía y todo!... o de que papá no me mire con buenos ojos), me será probablemente más difícil escucharlas cuando vengan, y como consecuencia me faltará información para tomar mis decisiones autónoma y sanamente. 

"Y entonces", me dirán miles de padres cabreados, "¡¿que el niño haga lo que le venga en gana?!" (si es así, más de uno se da de baja de padre ipsofacto)




Nooooo, traquilidad, que no todo el monte es orégano desde esta filosofía educativa. Una cosa es lo que siento y otra es lo que hago. Por ejemplo, uno puede cabrearse enormemente con su jefe porque le ha tratado de forma injusta. En esta situación en la que uno está francamente enfadado tiene, al menos, dos opciones: a) Pincharle las ruedas del coche al odioso jefe; o b) Hablar con el jefe y explicarle que va a elevar una queja a los niveles superiores por el trato desfavorable que ha sufrido. La emoción subyacente es la misma: enfado. Lo que no es lo mismo es lo que hacemos con ese enfado. La opción b) parece mucho más adecuada para convivir en sociedad. Y curiosamente la opción a) es la que nos sale espontáneamente en "el calentón", y quizás incluso nos arrepentiríamos de ella unos minutos después de llevarla a cabo. Hace falta haber aprendido a gestionar las emociones para, en lugar de quemar contenedores, hacer una protesta pacífica. Y en el caso del niño, parece perfectamente razonable impedir que en su rabieta se ponga a destrozar el supermercado. Pero lo que no parece en absoluto razonable es negarle su derecho a estar enfadado; porque no somos responsables de nuestras emociones (que vienen como vienen y su razón tendrán para venir), sino de los actos que cometemos cuando las sentimos. Una de las mejores cosas que podemos hacer por los niños es ayudarles, precisamente, a reconocer y valorar las emociones que están sintiendo, porque éste es un lenguaje que tienen que aprender, más importante que el inglés o las matemáticas, si quieren poder desenvolverse satisfactoriamente en la vida. Y además, curiosamente, aprender a reconocer nuestras emociones y darles valor nos libra de depender del juicio de papá o de mamá para decidir lo que quiero o no quiero para mi vida. Ésta es, por tanto, una de las claves para que ese niño, en el futuro, no tenga tanto que "desaprender", tanto material adquirido de otros que no se ajusta a lo que él/ella, persona única e irrepetible, realmente quiere.

Por si os pica la curiosidad y/o sois padres o madres y/o trabajáis con niños o adolescentes, os dejo la referencia de este estupendo libro donde se explica el estilo educativo que a mí hasta ahora me ha parecido más respetuoso para con los niños/as y con más sentido de todos los que he conocido. Una auténtica joya.

En fin, que en ese mundo ideal en el que las personas hacemos una sana gestión de nuestras emociones, a James Bond le cambiaríamos la "licencia para matar" por la "licencia para estar muy_pero_que_muy_cabreado".